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María José Fabara en la Flauta mágica de los Andes

Entrevista a la soprano ecuatoriana residente en Estados Unidos, que  regresa luego de cuatro años a la Fundación Teatro Nacional Sucre para interpretar el rol de La reina de la noche en La Flauta Mágica de los Andes, una original adaptación de la clásica ópera de Mozart, que en esta ocasión explora la cosmovisión andina y se estrena este 14 de junio del 2018.

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María José Fabara realizó sus estudios en canto en la Fundación Orquesta Sinfónica Juvenil del Ecuador y en el Instituto Universitario Nacional de Artes en Argentina. Posteriormente obtuvo su Licenciatura en Educación Musical en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y su Maestría en Opera en Wichita State University en Estados Unidos. Formó parte de la Escuela Lírica de la Fundación Teatro Nacional Sucre, tiempo durante el cual interpretó los roles de Lauretta en Gianni Schicchi, Despina en Così Fan Tutte, Lisette en La Rondine, Wendla en Spring Awakening y María en West Side Story. Además, como soprano solista se destaca su colaboración con La Casa de la Música en la Cantata No. 5 de J. S. Bach, y con la Orquesta Sinfónica de Loja en el Requiem de W. A. Mozart.

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Ha recibido clases magistrales con los Maestros Stefano Vizioli, Richard Gordon, Gerard Martin Moore, entre otros. Desde hace dos años se prepara bajo la tutela de los reconocidos cantantes estadounidenses Samuel Ramey y Alan Held. En su tiempo en Estados Unidos, entre sus roles más destacados se encuentran: Héro en Béatrice et Bénédict, Servilia en La Clemenza di Tito, Adina en L’Elisir d’Amore, y Susanna en Las Bodas de Figaro. Actualmente se desempeña también como profesora de canto en la Universidad de McPherson en Kansas, Estados Unidos.
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¿Qué se siente participar del estreno mundial de una ópera con una visión más andina y latinoamericana?
Feliz y honrada de formar parte de esta nueva propuesta, que no sólo es innovadora sino también importante, pues marca un punto de partida para futuras propuestas contemporáneas en donde nuestras raíces toman protagonismo. Esto representa un reto profesional, porque además de la oportunidad de interpretar un personaje tan relevante de la ópera de Mozart, es un responsabilidad muy grande realizarlo con calidad.
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¿Cuales fueron tus motivaciones para volver a tus raíces?
Estar lejos de casa hace que uno valore con más intensidad lo que se deja, por lo que las ganas de regresar nunca faltaron. Una vez terminada mi Maestría en opera, inicié el proceso de audiciones y, afortunadamente se presentó la oportunidad que abrió Chía Patiño en el Teatro Nacional Sucre. Regresar a mi país para contribuir con esta entidad en la que crecí profesionalmente y recibí el impulso para continuar buscando perfeccionar mi arte, es gran parte de mi motivación, ya que siento que mi proceso y mi trabajo han sido valorados.
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¿Cuál crees es la mayor diferencia entre las oportunidades de desarrollo para cantantes líricos latinoamericanos con los americanos?
En los Estados Unidos la demanda de nuevas propuestas es creciente, lo que mantiene un público activo y los cantantes de ópera tienen diferentes espacios para desenvolverse, tanto en repertorio tradicional como con nueva música que responde con sus realidades más contemporáneas. Esto afecta directamente, no solo en la oferta de trabajo sino también en los espacios de preparación. Como resultado se tiene un medio en donde la actividad artística está en constante desarrollo, lo que a su vez demanda organización y cohesión entre artistas.
En Latinoamérica los espacios son un poco más limitados, probablemente porque no se ha comprendido que debemos partir por entender a nuestras audiencias y generar nuevas, lo cual implica apoyar más a nuestros cantantes y compositores.
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¿Cuál es el valor que crees que tienen la creación de óperas con raíces latinoamericanas?
El valor y aporte más importante de estas creaciones es generar y desarrollar nuevas audiencias. Los espacios artísticos se corresponden con las tendencias culturales, por eso en ciertas esferas se dice, equivocadamente, que la ópera está limitada a las élites y audiencias adultas.

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Lo contemporáneo comprende además nuevos públicos y esto hay que considerar en el momento de concebir una obra. A lo largo de su historia la ópera ha respondido a esa demanda y no hay razón para pensar qué ahora esto deba ser distinto. Este es un arte lleno de diferentes niveles y reúne diversos procesos creativos. Entender que nuestras culturas tienen la ventaja de ser una fusión de lo occidental y lo indígena nos puede ayudar a encontrar muchos más colores, además de explorar y entregar ese algo muy particular que nos representa. El momento en el que este sentir sea común, las audiencias indudablemente se identificarán.